Bruce Lipton planteaba lo siguiente: lo que condiciona a todo organismo vivo es su “entorno” físico y energético, y no su carga genética, como afirma la síntesis evolutiva moderna y que los seres humanos, como organismos vivos, no estaban determinados por sus genes, sino condicionados por el entorno y sobre todo por sus creencias, lo que los convertía en dueños absolutos de su destino.
Para explicarlo, Lipton pone el siguiente ejemplo: “nos han hecho creer que el cuerpo es una máquina bioquímica controlada por genes sobre los que no podemos ejercer ninguna autoridad. Eso implica que somos víctimas de una situación. No elegimos estos genes, los recibimos al nacer y ellos programan lo que sucederá.
Lipton detalla:
Un experimento que hice en esa época cambió la idea que tenía del mundo. Cogí tres grupos de células y las puse en tres placas, y cambié el medio de crecimiento y los componentes del medio ambiente en cada una de ellas. Luego verifiqué que en una de las placas se formó hueso, en otro músculo y, en otra, células liposas. ¿Qué fue lo que controló el destino de cada una de ellas si eran genéticamente idénticas? Eso demuestra que los genes no lo controlan todo, es el ambiente. El ser humano es el que controla, dependiendo de cómo lee el ambiente, de cómo su mente lo percibe. La conclusión es que no estamos limitados por nuestros genes, sino por nuestra percepción y nuestras creencias”.
Las propias creencias se convierten en un campo energético, una transmisión, y esta se transforma en una señal que es capaz de cambiar el organismo. Por lo demás, así es como funcionaba la sanación antes del desarrollo de la medicina. La gente sanaba con los chamanes, con las manos. Saben que el pensamiento positivo, el placebo, puede sanar, y también que el pensamiento negativo puede matar.
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